10.31.2009

Revelación

Durante mucho tiempo tuve una pregunta, que puede parecer broma, pero que me molestaba internamente, como las cuestiones sin resolver molestan a los curiosos.


¿Se puede ser completamente insensible?


Es un asunto en particular el que me molesta. Una simple pregunta. ¿Tengo que extrañar a la gente que quiero o aprecio solo porque no están presentes en el mismo lugar geográfico que yo? Y me refiero a la aparente definición que la gente tiene de extrañar, es decir, llorar y retorcerse internamente por los rincones; sufrir como un condenado al infierno y morirse de depresión. O casi. 


Pese a que hace meses que me mudé a la cuidad capital de mi país para seguir mis estudios, nunca, y digo nunca, me sentí de esa manera. Estoy a 400 km de las personas con las que viví más de dieciocho años, los veo con suerte una vez al mes, y a veces no puedo. Entonces, ¿se supone que debo sentirme mal, triste, deprimida? ¿Se supone que debo extrañar?


Si yo sé que están allá, que están bien, (enga, que estamos en el siglo XXI, lejos ya no es sinónimo de aislado), si yo sé todo eso, ¿por qué tengo que sentirme mal si no me siento así? Porque muchos al parecer esperan que uno pase, por lo menos varios meses, en un estado deplorable, extrañando y lloriqueando. Demostrando así cuanto quiere a su familia.




Es rídiculo si me lo preguntan. Rídiculo y estúpido. Pero pese a que si pienso de la manera en la que estoy describiendo (no me estoy inventando nada para parecer guay o cualquier otra mierda), esa pregunta estuvo largo tiempo rondando en mi cabeza, con más fuerza en el último año. ¿Soy una completa desagradecida e insensible por ser así, por no sentirme como se supone que me debo sentir? Es una pregunta tan rídicula como todo lo anterior, pero es una pregunta que no tenía respuesta, y por eso, aunque no me quitaba el sueño, me molestaba. 


Y si, no tenía respuesta pero, por lo menos para mí, ahora la tiene.


Cuando fui a Paysandú la última vez, descubrí una cosa sencilla. Descubrí que me sentía bien allá, a gusto con esos raros y especiales especímenes que son mi familia. Por rídiculo que parezca, así fue. Y las últimas veces ni siquiera había sentido gran cosa por volver a mi ciudad natal, pero esa vez fue diferente, me sentí en paz durante esos días. Sin embargo, cuando volví a Montevideo para continuar con los estudios, todavía me sentía tranquila y a gusto. Me gusta vivir en Mdeo, aunque esté lejos de mi familia (o tal vez precisamente por ello), pero también me gusta pasar tiempo en Paysandú, donde están mis orígenes y la gente que quiero.


Con respecto a esa pregunta. No soy de hielo ni completamente insensible, pero tampoco soy sensible. Descubrí que si extraño, porque cuando vuelvo con ellos me siento feliz de estar allá; pero soy consciente de que, probablemente, eso sea lo más lejos que pueda llegar. No soy una persona afín a los sentimentalismos, ni siquiera podría decir que soy sentimental excepto en lo mínimo, y además me molestan sobremanera las actitudes como la que describí y por eso no las soportaría en mi misma. Pero todos somos diferentes y por eso las reglas y creencias de los demás no se aplican en mí, ni en nadie excepto ellos mismos.


Y por eso ahora sé algo sencillo:



Los quiero y por eso los extraño, a mi propio modo.





Para mí, descubrirlo, fue una revelación.


Una muy agradable.






Mata ne!

10.09.2009

Palabras






Mi turno
Cinco días, ya cinco días han pasado y no es como si hubieran sido productivos o algo. Estoy igual que antes. Eso quisiera decir, sería un alivio si pudiera hacerlo, pero la única verdad es que, si acaso, estoy peor que antes. Y ella aún se ríe de mi tan fuerte que me duelen los oídos.
En todos estos días no me he mirado en un espejo. ¿Para qué? Cuando tenga ganas de ver un despojo de persona, con unas ojeras más largas que su propio rostro y que aún no ceja en su empeño destructor entonces mejor me alquilo una película de zombies, gracias.
Y no es que mi empeño sea destructor, es que comienza a tornarse así… para mí. En estos días no he dormido; vamos, por favor, nadie puede llamar dormir a cerrar los ojos durante tres minutos en una horrible, dura e incómoda silla. Supongo que si he ido al baño, de lo contrario esto estaría resultando, además de desesperanzador, asqueroso. Aunque definitivamente no puedo asegurar que haya comido algo, el nudo en mi estómago es lo suficientemente grande como para ocuparme hasta las ganas de intentarlo. En cualquier caso, no lo recuerdo.
Han sido unos días extraños, eso si. Nunca el tiempo había pasado tan devastadoramente rápido y tan tortuosamente lento. Es de no creer la verdad.
Y allí está ella, riéndose aún. No sabes cuanto me gustaría borrarle esa sonrisa, ni te imaginas el placer que me daría apagar esa insoportable risa. No puedes hacerlo porque no sabes de que hablo, ¿a que no? Incluso puede ser que aún sabiéndolo, nunca lo entiendas… Es más, estoy segura de que no lo entenderás, puede que alguna vez te haya pasado algo así, que te hayas sentido de alguna forma similar, pero eso será todo, ya que no eres yo.
Pero supongo que querrás intentarlo, si es que no te has aburrido ya. Hablo de entender todo esto que estoy diciendo. En fin.
Mi problema es de ausencia. No de mí. De ellas. Nunca fue fácil utilizarlas, pero antes al menos venían; desordenadas, equivocadas, a veces demasiadas y otras muy pocas o vacías, pero estaban. Ahora, sin embargo, no importa donde busque o que piedra levante, ellas no acuden y ella se ríe de mi. Mi problema se resume en una palabra y son muchas. ¿Qué cual es el bendito problema? Las palabras, ellas lo son, o mejor dicho, que ya no están, desaparecieron.
Sé que has de tener cara de “¿Cómo van a desaparecer las palabras? ¡Por favor no seas ridícula!”. No lo soy, en verdad que no. Se han ido. Y no sé donde encontrarlas. Y ese, ese, es el peor de los problemas. Porque yo estoy hecha de palabras y si se van, ¿entonces qué queda? De mí, por lo menos, te diré que nada.
¡Y  no, no estoy loca! Solo un poco… desesperada y asustada. Muy asustada la verdad. ¿Qué se supone que haga sin las palabras? Mi castillo está construido en un cuento y ¿cuál es el cuerpo de los cuentos? Si, palabras. ¿Y qué pasa si no hay palabras? ¡Que no hay cuento y sin cuento no hay castillo! ¡¿Dónde viviré sin mi castillo?! Y aunque mi castillo esté en un cuento de hadas, no es el único mundo que puedo visitar… Bueno, podía.
Todo es esto es absurdo y siento como si estuviera enloqueciendo. El hecho de que ella aún ría y lo haga cada vez más fuerte debe ser una prueba de ello.
Me alimento de palabras, ¿sabes? Y no, no soy extraterrestre, también como verduras y carne, más carne que verduras, pero mi principal fuente de energía siempre han sido y siempre serán las palabras. Es fácil de explicar aunque no sé si tan sencillo de comprender. Es imposible que no lea algo durante un día, incluso si no tengo un libro, incluso si solo es el ticket del ómnibus, lo leo. Leo todo. Carteles, folletos, propagandas, diarios, revistas y por supuesto, libros. De los primeros ni siquiera me importa lo que dicen, así como no me interesan las imágenes que tienen, solo me gusta leer las palabras. Son bonitas, ¿no crees?
Por tu cara diría que no. ¿O tal vez si?
De cualquier forma, amo las palabras, amo un mundo lleno de palabras. Y amaba devolverle a ese mundo una parte de todo lo que yo recibí. Pero ahora no puedo porque las palabras se han ido. Tan lejos y tan repentinamente que me paso días frente a la hoja vacía del Word sin lograr conectar con ellas, sin salir del estupor, y sin encontrar el modo, el camino.
Y ella se ríe de la desgracia. Sí ella, la hoja en blanco, se ríe a carcajadas, tan estruendosamente que ha de escucharse por todo el mundo, como una maldición negra o como un lamento ahogado.
Y ya no lo resisto, ¿sabes? Es tan cansador, me duele la cabeza y no siento mis pies, como si flotara. Cinco días después me alejo de ella, de la hoja aún tan pulcra como al comienzo. Y tomo una hoja de diario, llena de escrituras, de palabras perfiladas por otros. Y agarró un lápiz, como en los viejos tiempos del liceo, de escribir en los márgenes las ideas que cientos de voces susurraban. Y escribo. Escribo otra vez, como antes, en esos márgenes sucios y pequeños, entrelíneas, con trazos pequeños, forzados y confusos por la falta de espacio y la emoción. Dibujo un mundo con palabras y lleno de ellas.
Y me río. Porque ahora me toca a mí. Solo me río.

The End

.-.-.-.-.-.



¿El qué? ¿Qué no vas a preguntar de donde sale esto? ¿Y por qué te vas? ... Me quedé sola. Bueno, supongo que hizo bien. Quien sabe.

Dije en la última visita que tenía una imágen bonita, similar a la anterior aunque no igual. ¿Es bonita no? 

Me gustan lás hojas en blanco, porque significan posibilidad. Aunque son crueles, mucho, y adoran reírse de nosotros ilusos que queremos poner nuestras palabras en ellas. Pero al final ganamos. A veces.

El texto... simplemente salió. Y tampoco es que esa chica sea yo, no se parece a mi. 

Yo no leo diarios.


Mata ne!



9.09.2009

Eso... el comentario

Eso, a veces tan negativo que nos llena de frustración, a veces tan efusivo que nos azora y sube a una nube inalcanzable. Dos simples líneas que, sea cual sea el caso, te elevan triunfante. Porque en una has ganado un aliado y en la otra has robado el valioso tiempo de un miserable.

Yeziel M.

.-.-.-.-.
Hoy no vengo con ninguna historia, cuento, fragmento o cualquier cosa que quiera comentar o criticar... creo. Principalmente quería avisar que, de algún modo, toqueteando aquí y allá (xD), arreglé (o configuré correctamente) el asunto de los comentarios que, como ElNegro me hizo notar, no funcionaban.
No es que esperé un aluvión de ellos (no me atrevería a soñar tanto, xD) pero, de vez en cuando, es reconfortante recibir una respuesta, especialmente cuando se pone empeño en lo que se hace. n_n

¡Así que ya saben! Cualquiera puede comentar, mientras lo haga con educación, así como se supone somos los seres civilizados :3

La imagen tan bonita es una que saqué del infinito mundo cibernético. Tengo otra similar pero aún más bonita que me inspira a escribir algo. Aún no se qué, pero merece trato especial. Así que espero próximamente traer otro texto de mi autoría. 


Mata ne!

9.03.2009

Con la Inocencia de un Niño


La Llave


El sonido de unos pasos cortos y rápidos, como si el dueño de esos pies estuviera siendo perseguido por el mismísimo diablo en persona, se perdía en medio del usual bullicio de una ciudad en plena actividad. Pronto se detuvieron e inmediatamente resonó en el aire el tintineo agudo de unas campanillas.

El dueño de aquellos pasos, un niño que no contaría más de siete años, observaba con gran concentración las muestras de llaves que se exhibían colgadas en la pared del establecimiento al que había ingresado. Buscaba algo, pero a pesar de la infinita cantidad de llaves que sus jóvenes ojos veían, ninguna era la que a su parecer necesitaba.

-Buenos días pequeño, ¿te ha enviado tu padre a hacer una copia? –preguntó con amabilidad el dueño de la tienda, un hombre entrado en años, de sonrisa amistosa y mirada clara que agradó de inmediato al niño.

-¿Una copia? –repitió a modo de pregunta.

-Así es, aquí yo hago réplicas de cualquier llave.

El infante negó entonces con la cabeza.

-No, yo no quiero una copia. Yo estoy buscando una llave muy especial, una llave casi mágica, ¿sabe usted? –explicó emocionado ante la sorprendida mirada del mayor-. Aunque no sé cómo se ve ni dónde puedo encontrarla yo la sigo buscando. Desde ayer que la busco, en serio, pero la muy traviesa nunca está en el lugar donde voy –hizo un mohín de enfado que no le duró más de tres segundos ya que inmediatamente fue suplantado por otra feliz sonrisa-. Pero no importa, porque es una llave muy especial así que no puede estar en cualquier parte, o eso creo. Creí que podría estar acá donde hay tantas llaves (porque es especial y capaz se sentía sola), pero parece que tampoco está. Ahora sí que ya no sé donde ir a buscarla… -finalizó con algo de tristeza al no saber qué lugar podría ser el siguiente sitio potencial donde indagar por su llave.

Ante la explicación del infante el hombre no pudo dejar de notar que, en efecto, las ropas que vestía así como todo su ser estaba cubierto de tierra y suciedad. ¿De verdad habría estado desde el día anterior en busca de una llave que seguramente no sería más que el producto de la hiper-desarrollada imaginación del niño? De ser así sus padres debían estar histéricos por la preocupación. Sin embargo, al fijar su mirada en el chico, en sus ojos inocentes llenos de esperanza, ilusión y energía tan típicas y únicas de esa hermosa edad, no fue capaz de hacer lo que su conciencia consideraba correcto y llamar a la policía para que llevaran al pequeño a su casa, con su familia.

El amable hombre esbozó una sonrisa y se quitó el delantal que utilizaba para trabajar al mismo tiempo que dejó su lugar detrás del mostrador y se dirigió hacia su singular visita.

-¿Cómo te llamas pequeño? –preguntó agachándose para quedar a la misma altura que el otro-. Mi nombre es Ernesto.

-Me llamo Nate, señor Ernesto, mucho gusto –respondió educadamente-. ¿Sabe? Mi madre me enseñó a decir mucho gusto cuando se conoce a alguien bueno, y usted es un abuelito muy bueno, ¿verdad que si?

-El gusto es mío Nate –respondió con una leve risa el dueño de la cerrajería-. Sabes pequeño, creo que yo podría darte una pista de donde ir a buscar tu llave…

-¿En serio señor Ernesto?

-Por supuesto, tengo un viejo amigo que tiene cientos de objetos especiales, tal vez el tenga tu llave. Yo te digo donde encontrarlo y a cambio me prometes que luego de verlo volverás a tu casa, tu mamá ha de estar preocupada, ¿no crees?

-Ha de estarlo, pero mi mamá sabe que estoy en una misión ultra importante –dijo con increíble seriedad el niño-. Pero se lo prometo señor Ernesto.

-Es un trato entonces –rió con ganas el cerrajero mientras se acercaba al oído del niño y le confiaba el dato con cierta picardía.

Sin esperar un segundo más Nate se despidió del amable Ernesto y salió corriendo rumbo a un nuevo destino. Mientras volvía a correr por las calles de la ciudad no pudo evitar preguntarse el por qué de la extraña sonrisa en el hombre, si lo pensaba esa sonrisa le recordaba mucho a algo que él conocía… sí, le recordaba a la sonrisa que ponía él mismo y sus amigos cuando estaban a punto de hacer una travesura. Pero eso se suponía que era algo que solo los niños hacían, ¿no? Entonces por qué pondría un hombre adulto esa cara. No lo entendía del todo. Definitivamente necesito encontrar esa llave, fue el pensamiento del pequeño antes de entrar al lugar indicado.

El tan mentado sitio era nada más y nada menos que una tienda de antigüedades que a ojos del niño era un exótico paraíso lleno de maravillas, historias y las más increíbles aventuras. Toda la energía que lo había traído volando hasta allí se esfumó cuando atravesó el umbral a ese mundo que, en ese instante, le parecía uno completamente diferente.

Con lentitud inusitada en un chico de su edad, Nate recorrió los innumerables pasillos que se extendían como una red en todas direcciones, cada uno colmado a cada lado de tesoros, sueños, anhelos, intrigas y un sinfín de memorias. Porque el niño había dejado de estar en una simple tienda llena de los más variopintos objetos, ahora estaba en su propio mundo donde escuchaba atentamente las intrigas que le susurraba al oído aquel jarrón Persa en aquella oscura esquina , o tal vez aquel opaco (pero no menos hermoso) collar de oro detrás de una vitrina. Era mágico, tanto que el visitante no tenía palabras para describirlo.

-Buen día muchachito, ¿qué se te ofrece? –preguntó afablemente una voz masculina que provenía de la espalda del chico que se dio vuelta para encarar con una sonrisa al dueño de ese mundo de sorpresas, sin embargo, lo único que salió de su boca fue una exclamación de sorpresa…

-¡Señor Ernesto! ¿Qué hace aquí?

El hombre simplemente elevó una ceja y se sonrió divertido. Con su cabello cano, sus ojos verdes levemente ocultos tras unas gafas y su perenne sonrisa no había dudas para el niño de que ese hombre era el mismo que le había atendido en la cerrajería. ¿Pero entonces para que le había dicho que era un viejo conocido? ¿Y como había llegado tan rápido cuando el niño había corrido a toda velocidad para llegar al anticuario?

-Me temo que me confundes con alguien más muchachito –comentó divertido el supuesto Ernesto ante la mirada inquisidora de Nate-. Al parecer a ese viejo zorro no se le quita la manía de sorprender a la gente –continuó con un falso tono de reproche, se notaba que se él también se estaba divirtiendo a lo grande-. Mi nombre no es Ernesto, yo soy Miguel, su hermano menor, aunque ese dato importa poco cuando se es gemelo… -dijo distraído y se rascó la nariz-. En fin, dime pequeño, ¿Qué puedo hacer por ti?

Ante la pregunta Nate salió del ensimismamiento mezclado con estupor en el que el peculiar encuentro lo había sumido. Así que el señor Ernesto y el señor Miguel eran gemelos. Por alguna razón se sorprendió mucho con el descubrimiento, nunca había pensado que los gemelos también fueran adultos, como nunca había visto ninguno… aunque también se alegró mucho y en consecuencia sonrió ampliamente, ¡de verdad que eran unos señores geniales!

Sin embargo, era hora de ponerse serios. Él tenía una misión y debía cumplirla.

-Mire señor Miguel, vine porque estoy buscando una llave especial, así como mágica, ya sabe… y bueno su hermano me dijo que él no tenía ninguna llave así como la que yo busco, pero me dijo también que usted podría tenerla ya que tiene muchas cosas especiales. ¡Y cuánta razón tenía! ¡Aquí hay muchos tesoros increíbles señor! ¡Parece el botín de un pirata! ¿No será usted pirata por casualidad, verdad? –preguntó con inocente ilusión el pequeño, a lo que el hombre se rió, encantado con la ocurrencia.

-Lamentablemente no soy un pirata, aunque si me permites te diré que soy un mago.

Nate abrió desorbitadamente los ojos, mudo por la sorpresa y la impresión.

-¿De verdad? ¿De verdad de la buena? –el hombre sonrió complacido y asintió.

-Pero sabes, no soy un mago de los que sacan conejos de su galera o desaparecen del interior de un cajón cerrado. Soy un mago mucho más sencillo, podría decirse –informó-. ¿Quieres saber cómo hago mi magia?

Muerto de curiosidad cual gato ante lo desconocido, asintió con vehemencia al punto que parecía que iba a arrancarse el cuello.

-Muy bien, sígueme entonces y haz todo lo que te pida, ¿de acuerdo? –pidió Miguel con su radiante sonrisa iluminándole el rostro que de pronto parecía mucho más joven, eterno y misterioso. Maravillado, Nate lo siguió.

-Mira con mucha atención cada objeto que te señale y escucha… solo escucha… –indicó con voz hipnótica y dirigió una mano apuntando al mismo collar de oro que el niño ya hubiera observado con anterioridad y que, ahora que le dedicaba más atención, vio que estaba adornado por una gran y brillante piedra roja justo en medio y a su vez esa era rodeada por otras más pequeñas de color verde jade y azul-. Ese amuleto perteneció a una reina, una hermosa mujer de negros cabellos como las noches de su país y piel bronceada como las arenas Egipto, el reino que la vio nacer y convertirse en emperatriz. Pero ella no solo poseía belleza y encanto, no, también alimentaba dentro de sí un poder místico, un poder como el de sus Dioses, que le permitía conquistar tanto la gloria como los corazones de sus súbditos… Ahora cierra tus ojos Nate, y dibuja en tu mente aquel bello país. No necesitas conocerlo, ni siquiera haberlo visto, abre tus oídos y tu mente y escucha la historia que este poderoso amuleto ansia dar a conocer, los secretos que solo pueden ser susurrados en el silencio…

El niño inmediatamente obedeció, aunque ni falta que le hacía la indicación de abrir sus sentidos ya que, desde que las primeras palabras fueron pronunciadas, se sintió irremediablemente presa de un hechizo. Haciendo caso escuchó. Primero solo reconoció la voz suave, soñadora y uniforme de Miguel, quien seguía relatándole y dibujando con sus palabras un mundo antes desconocido. Luego, sin embargo, escuchó algo más. Un leve susurro, silbante y errático que pronto supo reconocer: era el sonido del viento. Pero no era el único sonido, pronto otros sonidos hicieron acto de presencia, voces, risas, ruido de carretas, el relincho de algún animal, bullicio, un llanto.

Con más curiosidad que nunca, el niño se concentró con mayor fuerza, ansiando que todos sus sentidos pudieran captar la escena que se le dibujaba tan maravillosa en la mente. Y así fue, repentinamente una gigantesca playa sin orillas apareció frente a sus ojos, infinita e imponente. Junto con la “playa” los otros sonidos tomaron forma así como los cientos e incluso miles de hilos en un telar adoptan aquella forma que estaban destinados a ser por la mano del artista, de la misma manera que una pequeña araña podía crear con lo que llevaba dentro de ella una hermosísima obra, firme e inigualable.

Del mismo modo, las palabras del hombre eran sus hilos al igual que la voz silenciosa del amuleto, mientras que su mente era el telar y el artista. Él escuchaba y veía, de pronto una casita y luego un Palacio, un niño jugando con sus amiguitos (y hasta quiso unirse al juego), y luego a la amada reina con la joya colgada en el cuello. Y cuando quiso acordar estaba frente a un nuevo objeto y un nuevo paisaje, lleno de olas embravecidas cuales corceles desbocados en cuyo centro un insignificante bote libraba una cruenta batalla en la cual si vencía sería digno de alzarse con orgullo sobre la pulida superficie del oscuro mar.

Los paisajes y las situaciones cambiaban constantemente bajo la experta guía de la voz de Miguel y el complemento de las cientos de voces silenciosas que clamaban por ser escuchadas, creando un entramado perfecto, lleno de diferentes colores y olores, todo lleno de armonía pese al aparente caos.

Tan perdido estaba en el ensueño que no se dio cuenta del momento en que la voz del hombre dejó de oírse y el paseo de ambos se detuvo. No se dio cuenta porque las otras voces aún le mostraban sus secretos y porque mientras quisiera podía ver aquellos mundos que se creaban y deshacían en una danza interminable frente a sus maravillados ojos.

Miguel sonrió con sincera alegría al ver el rostro soñador del pequeño quien tan perdido estaba en la magia que ni cuenta se dio de que hacía varios minutos que estaban en silencio. Finalmente Nate abrió los ojos a la realidad de siempre, mas no se sintió triste de volver ya que sabía que todos esos preciosos lugares seguían estando a su alcance y que solo tenía que escuchar y abrir su mente para ingresar a ellos. ¿Qué cómo lo sabía? Ni él lo sabía, valga la redundancia de la frase.

Sin embargo, pronto cayó en la cuenta, no sin sorpresa, de que había encontrado aquello que tanto buscara.

-¿Qué tal te ha parecido mi magia, pequeño? –inquirió con divertida tranquilidad el hombre.

-Yo… no tengo palabras para describirla señor –dijo, un poco decepcionado consigo mismo al verse incapaz de dar una buena respuesta-. Es simplemente mágica, mucho más mágica que toda esa cosa de sacar flores de las mangas.

Miguel sonrió complacido y, por qué no admitirlo, alagado por las sencillas pero sinceras palabras del pequeño.

-Disculpe pero… ¿Usted sabía desde el principio cual llave buscaba? Porque la tiene usted, ¿no es así? –preguntó el infante-. La llave tan especial que yo busco es una que mi madre me dijo puede abrir la mente y el corazón de cualquier persona; y cuando usted hacía su magia yo lo sentí –afirmó, llevándose inconscientemente una mano al corazón.

-Puede decirse que sí tengo esa llave –ante esto la mirada de Nate se iluminó con ilusión-, pero no es nada como lo que te imaginas. Déjame enseñártela –dijo al ver la confusión en el rostro infantil.

El dueño de la tienda se dirigió hacia la parte trasera de la dependencia y, un minuto después, volvió con tres objetos muy diferentes en las manos. Los depositó sobre el mostrador y llamó al niño el cual no dudó en acercarse a curiosear, aunque lo que vio sin duda no era nada de lo que esperaba, es decir, allí no había nada ni remotamente parecido a una llave. Su rostro redondeado dibujo una leve expresión de decepción.

-Dime pequeño, ¿sabes por qué las llaves son llaves? –al ver en la mirada del niño que éste no entendía nada, reformuló su pregunta-. ¿Sabes cuál es esa función especial que hace que las llaves sean llaves?

-Bueno… pues… no sé, las llaves sirven para abrir cosas, ¿no? –respondió al cabo de un momento, dudoso.

La sonrisa afable del dependiente le confirmó que esa era la respuesta que esperaba recibir.

-Así es, así que un objeto, siempre y cuando sirva para abrir algo, es una llave aún cuando no se parezca a una.

-¿Lo es? –preguntó sorprendido el chico. Nunca lo había pensado.

-¡Por supuesto amiguito! –exclamó alegremente-. Y esta es la llave que tú buscas, es toda tuya.

Señaló los tres objetos y Nate no terminaba de decidirse cuál de ellos le parecía el más extraño, si el libro de tapas azules que decía “Palabras” en la tapa, el frasquito de forma redonda, también azul, que tenía la palabra “Creatividad” escrita, o el otro frasquito alargado como un cilindro, de color rojo, que rezaba “Emotividad” al igual que los otros objetos.

El chico frunció el ceño, más confundido en ese momento de lo que había estado en toda su corta vida.

-Pero señor Miguel, ¿cómo puede ser esto una llave? No entiendo…

El aludido amplió su sonrisa, tornándola comprensiva.

-Escucha pequeño, cada cosa que está bloqueada tiene su propia llave, pero a veces ni siquiera podemos verla, generalmente las cosas importantes son las que tienen las llaves más difíciles de descifrar –explicó pacientemente a lo que el niño escuchaba con máxima atención, pese a que no entendía la totalidad de la explicación, la esencia se le quedó grabada en su mente infantil, tan susceptible a las influencias externas-. Mi magia, como te dije, es realmente muy simple, es la magia de las palabras que, usadas adecuadamente, se convierten en una llave que puede abrir hasta la mente más bloqueada o el corazón más abandonado. Por eso –y le entregó el libro- esta es realmente tu llave especial.

Nate sin pizca de vergüenza recibió el grueso volumen entre sus pequeñas manos y no pudo menos que sentirse cohibido. ¿Cómo se suponía que se usaba eso? ¿Debería aprendérselo o qué? ¡Sin dudas era una llave un poco complicada de utilizar!

-¡Vamos, no pongas esa cara! Que el libro no muerde –el pequeño le dirigió una mirada que le decía que no estaba muy seguro de esa afirmación.

-Si esta es la llave, ¿para qué son esos frasquitos? –preguntó con curiosidad los recipientes a los cuales no les veía razón de ser.

Entonces Miguel se quitó los lentes, sacó un paño de un bolsillo y comenzó a limpiarlos lentamente, como haciendo tiempo antes de contestar. Estaba en eso cuando al fin habló, con verdadera seriedad y un dejo de tristeza en la voz:

-Las palabras, utilizadas correctamente, serán tu llave a las mentes y los corazones. Así como yo lo hice contigo. Esa es la magia. Ahora, que aún eres un niño, lo que más te hace falta es a esas palabras que no tienes –comenzó a explicar-. Pero no es lo único que necesitas, hay otras dos cosas que son igual de importantes y eso es la creatividad o imaginación y la capacidad de emocionarte y transmitir esos sentimientos… emocionarte del más pequeño e insignificante grano de arena por el simple hecho de que exista y tú puedas contemplarlo. –Miguel le dirigió una mirada llena de aprecio-. Como niño que eres posees una imaginación y emotividad más grande que cualquier persona.

-No creo haber entendido todo pero… si ya tengo eso que dice, ¿para qué quiero los frasquitos? –preguntó al cabo de un rato.

Ahí, la sonrisa triste del dueño se amplió, como si estuviera viendo un hecho digno de lamentarse con toda la fuerza de su alma.

-Para cuando crezcas, pequeño –afirmó con el mismo desgarrador sentimiento-. No hace falta que lo comprendas ahora.

En efecto, Nate no lo comprendió. Aún así, y pese a no saber el por qué, el infante tomó los frasquitos con mucho cuidado y los observó con reverencia antes de guardarlos con el mismo cuidado en el bolsillo más seguro de su mochila. Luego se abrazó al enorme tomo azul y dirigió una mirada de auténtico y verdadero agradecimiento al hombre que le había enseñado tantas cosas importantes, muchas de las cuales aún no comprendía pero que, sin dudas, comprendería en el futuro.

-Se lo agradezco mucho señor Miguel –habló el pequeño, haciendo gala de sus modales e incluso realizó una pequeña reverencia que hizo reír al dueño del anticuario.

-No hay nada que agradecer, pequeño –aseguró-. Aunque si quieres hacerme un favor, asegúrate de ser un gran mago y así extender la magia que viviste aquí, hazlo pequeño.

-¡Por supuesto! ¡Y seré el mejor mago de todos los tiempos! –exclamó con emoción-. Ahora tengo que cumplir la promesa al señor Ernesto y volver a mi casa, pero vendré de visita, estará aquí, ¿verdad que si lo estará?

-Seguro, sin duda nos veremos otra vez Nate y hasta podrías contarme una historia –volvió a asegurar para felicidad del chiquillo.

Contento y satisfecho cual explorador al encontrar un tesoro valiosísimo, el pequeño Nate salió de la tienda, caminando con gran tranquilidad y aún abrazando el libro con fuerza. Había caminado unos cuantos metros cuando sintió unas irrefrenables ganas de mirar hacia atrás, hacia el lugar del cual acababa de salir. Sin embargo, cuando lo hizo, no encontró tienda alguna, solo una vieja casa abandonada. Se extrañó un poco pero al final solo se encogió de hombros, restándole importancia. Si el señor Miguel dijo que se verían otra vez es porque se volverían a encontrar, ¿así que por qué debería sorprenderse de que al irse se llevara su casa? Era un mago al fin y al cabo.

Volvió a encaminarse a su casa cuando otro pensamiento cruzó su mente, despierta e hiperactiva con tanto descubrimiento, ¿cómo fue que el señor Miguel supo su nombre si él no tuvo en ningún momento la oportunidad de mencionárselo? Lo pensó un segundo pero inmediatamente se dijo que también daba igual y sonrió. Si, era magia después de todo.


The End

.-.-.-.-.-.

Pequeño cuento que escribí hace ya un par de semanas.

Muchas veces pienso que me gustaría tener una llave tan genial. Tengo una. Bonita y brillante. Pero es pequeña y no entra en todas las cerraduras. No le gusta ser pequeña así que devora las palabras del libro de tapas azules para crecer. Ansia ser usada y desea secretamente nunca ser olvidada.


Porque dicen por ahí que al beber del frasquito azul y del frasquito rojo se recuperá el brillo de las estrellas pero luego viene una criatura de ensueño y te golpea con su mazo de la culpa.


Dicen que duele bien adentro.



Mata ne!


P.D: Por si se lo preguntaron, el dibujo es mío ^^. Yo soy Yeziel M. (Nombre ya cambiado. Aunque los que me conocen por cierto nombre pueden seguir llamándome así)

8.05.2009

De amor o de muerte?



–¡Nos vemos luego! –gritó con todas sus fuerzas un niño de cabellos profundamente negros, bastante largos y ojos rojizos que, si tenía suerte y se mantenía sereno, usualmente se veían marrones.

Su nombre era Cercis y tenía lo que en apariencia eran doce años, mas ya había vivido varias décadas; aún así, apenas era un niño, un niño ángel. Ajeno a todo, el pequeño siguió su camino, corriendo por una amplia avenida blanca en dirección al centro del Paraíso donde se encontraba, entre otras edificaciones, la academia donde se formaban los ángeles y donde posteriormente se les adjudicaban las tareas que debían llevar a cabo según sus capacidades y dones naturales.

Aún desde la distancia, un par de ojos azules observaban al joven ángel alejarse corriendo, acción que extrañaría a todos si no supieran quien era ese pequeño y es que, tal y como dicen los cuentos y relatos sobre los sirvientes de Dios, cada ángel tenía sus propias alas desde el mismo instante en que eran conscientes de sí mismos. Lógicamente, muy pocos ángeles preferían sus pies por sobre sus alas, con una sola excepción, la cual corría rumbo a su destino.

El ser dueño de esos ojos azules cual zafiros continuó observando a su protegido hasta que lo perdió completamente de vista y, aún a pesar de ya no verlo, continuó con la vista fija en el lugar donde había desaparecido, reflexionando. Finalmente, luego de varios minutos, extendió sus enormes alas blancas (que hasta entonces habían permanecido escondidas por su voluntad) y salió volando en dirección al Edén.

****

En la Academia las cosas pasaron igual que de costumbre para Cercis, es decir, atendió a las clases de siempre donde le enseñaban desde la bondad del padre de todos ellos, sobre la naturaleza humana y demoníaca, hasta como utilizar sus poderes angelicales. Esta última clase en especial era la más aborrecida por el niño y de la cual acababa de salir pitando luego de que les indicaran que había terminado la hora.

Agotado y adolorido corrió hacia el lugar donde siempre solía refugiarse: una laguna de aguas azules y pacíficas, escondida en la profundidad del parque que había tras la Academia. No era tan tonto como para pensar que nadie conocía y frecuentaba ese lugar, pero sabía que mientras él estuviera allí nadie se acercaría. Esa era la realidad.

Caminó con lentitud hasta la orilla de la laguna y se sentó sobre la hierba que hasta entonces exhibía un color verde esmeralda saludable pero que, ante el contacto con el ángel, comenzó a marchitarse con rapidez, hasta secarse por completo en un diámetro de un metro. El pequeño de cabello negro miró el silencioso espectáculo con tristeza, culpa y dolor, él no quería hacer eso, pero tampoco podía evitarlo. Era en esos momentos en los que se preguntaba por qué Dios aún no lo había echado a patadas del cielo, a él quien a pesar de ser un ángel mataba todo cuanto tocaba. Al menos todo lo que no se podía defender de su extraña y dañina aura.

Con parsimonia sacó de un bolso que siempre cargaba un improvisado maletín de primeros auxilios. Otra rareza para añadir a la lista, solía pensar, porque cualquier ángel del Paraíso, sin importar el rango, la edad o la experiencia, tenía la innata habilidad de utilizar poderes de curación. Todos excepto Cercis que hasta donde era capaz de recordar jamás había sido capaz de utilizarlos.

Demasiadas cosas lo hacían demasiado diferente y lo separaban inevitablemente del resto de sus congéneres porque, si bien no lo discriminaban por pura maldad (ya que de ser así hubieran terminado por caer del Paraíso), era un hecho que lo discriminaban.

Sacudió la cabeza en un intento de espantar tales pensamientos que de poco le servían y prefirió darse a la tarea de curar las múltiples heridas que adornaban sus brazos y piernas e incluso su rostro infantil. Cada día era lo mismo, pero por lo menos podría agradecer que su capacidad de recuperación era mil veces más rápida que la de cualquier humano y en unas pocas horas no le quedarían ni siquiera marcas.

–Si quieres puedo ayudarte con eso –ofreció amablemente una voz a espaldas del niño, el cual se sobresaltó de tal manera que dejó caer todo lo que tenía en las manos y por poco no se cae el mismo dentro del agua de la laguna.

Molesto, se giró para ver quien le había hablado, aunque el fondo estaba más molesto consigo mismo por no prever la llegada del intruso. Sus ojos sin duda rojizos chocaron con unos brillantes y enigmáticos ojos verdes que inmediatamente supo que nunca antes había visto. Ese otro ángel, físicamente un poco mayor que él y de cuerpo con formas femeninas cubierto por una túnica blanca y dorada que parecía flotar a su alrededor ni siquiera se inmuto ante el escrutinio o la mirada de pocos amigos que el otro le dirigía. Por alguna razón ella se le hacía conocida.
–No necesito de tu ayuda –contestó con bastante brusquedad, volviendo a su tarea. Un minuto más tarde añadió, con voz más suave–. ¿Quién eres y por qué no te has ido repugnada?

–Me llamo Erythrinn y no veo motivos por los cuales irme de ese modo –respondió sentándose también en la orilla pero a cierta distancia.
La chica, sin quererlo, dirigió una mirada triste a la hierba muerta debajo de Cercis y él, notando su mirada, sonrió con sarcasmo mas no sin tristeza.

–Sí, claro, no hay nada –dijo, acompañando su voz con el mismo tono que acompañaba su sonrisa. Él también miraba el círculo muerto a su alrededor.

–Eres tu quien cree que existen motivos por los cuales yo deba rehuirte como a la peste –continuó ella buscando una posición más cómoda para sus blancas alas, aunque a Cercis le pareció ver un brillo plateado en ellas, lo cual era imposible. Solo los ángeles de más alto rango tenían alas platinadas y después de la desaparición del último arcángel, Avvir del aire, ya no quedaba en el Paraíso ningún ángel con tal poder. Volvió a fijarse pero ni rastro de tal brillo.

–Como sea, ¿a qué has venido? –inquirió volviendo su atención una vez más a sus heridas.

–¿Por qué no te defendiste antes? –inquirió, ignorando la pregunta anterior.

–No quiero sonar tan grosero pero, ¿acaso nos conocemos? Yo creo que no, así que no veo una razón por la cual te importe –la verdad se le estaba acabando la paciencia con esa muchacha pero más importante, después de tanto tiempo de ser ignorado el niño ya no sabía cómo tratar con otros, excepto tal vez por su protector.

Erythrinn suspiró. El chico no se la ponía fácil, casi parecía que la trataba a ella con mayor frialdad que al resto de los ángeles, aunque bien visto, ella había sido la que empezó con mal pie asustándolo de muerte. Además estaba eso otro…

Ella sonrió.

–¿Qué es lo gracioso? –preguntó, harto.

–Que estuvimos en el mismo recinto recibiendo las mismas clases durante horas, pero como supongo que no prestabas atención –acentuó su sonrisa al ver la sorpresa y el sonrojo en el rostro infantil–, me presentaré otra vez: soy Erythrinn, la nueva alumna.

–¿De… verdad? –preguntó, ella asintió y él se sintió enrojecer un poco más.

Ahora sabía de donde le parecía conocida, apenas un rato antes habían estado en las mismas clases pero, para hacer honor a la verdad, él no tenía ni idea. Usualmente prestaba atención, pero nada más que a las lecciones, lo que pasara con sus compañeros era para él como si ocurriera en otro mundo. Evidentemente la presentación del ángel de ojos verdes había ocurrido en ese otro mundo, muy lejos de su centro de atención. Cercis parecía estar deseando que se lo tragara la tierra.

–¿Te importaría decirme tu nombre? –volvió a hablar Erythrinn al ver que el niño de negro cabello no tenía planeado hacerlo.

Sorprendido, finalmente miró directamente a su insistente interlocutora y en lugar de responder a la pregunta formulada, expresó su más insistente pensamiento:

–No comprendo… ¿por qué no te vas? ¿Qué acaso no me ves? –comenzó con lentitud, pero sintiéndose invadido por sentimientos que había guardado celosamente en su interior– ¿No ves mi pelo, mis ojos? ¡¿Acaso no has notado el espacio muerto a mí alrededor?! –gritó finalmente, dejándose llevar por la frustración y la ira acumulada. La chica se limitó a mirarlo y escucharlo, sin inmutarse, lo cual enfureció aún más al ángel de ojos rojos–. ¡Así como la hierba, todo a mí alrededor se muere! –se incorporó con violencia y arrancó una flor azul de las que crecían allí y se la puso a Erythrinn a escasos milímetros del rostro. Inmediatamente la delicada flor se marchitó y secó–. No soy más que un fenómeno o una especie de monstruo, ¡¿por qué ibas a querer saber el nombre de algo como yo?! –preguntó con todo el dolor de su alma a flor de piel–. ¿Aún crees que no tienes motivos para alejarte asqueada de mí? Soy todo lo que un ángel no debe ser, ni siquiera mis alas son como las todo el mundo… –callo de repente al notar que, en su arranque, había hablado más de lo que jamás hubiera querido. Al final se alejó de ella y se dejó caer en el círculo de hierba muerta, con el rostro escondido en los mechones de su cabello.

Pasaron varios minutos en completo silencio, sin siquiera moverse. Cercis sabía que ella no se había ido pues sentía su presencia aún presente y sinceramente no lo comprendía, no comprendía por qué querría compartir su espacio con el de él. ¿Por qué no hacía lo que todos hacían: evitarlo? Ella por su parte estaba sorprendida, más allá de la tranquilidad que se mostraba en su rostro sereno. Sabía que sería difícil entablar una conversación con él, pero nunca esperó realmente que reaccionara tan violentamente. Con un mal presentimiento dirigió su verde mirar al cielo siempre hermoso y despejado pero que ahora, por primera vez para ella, se mostraba oscuro y lleno de nubes negras y púrpuras que se convulsionaban violentamente, como si una terrible tormenta estuviera a punto de dejarse caer hasta arrasar con el Paraíso.

–Creo que puedo responder a tus preguntas, pero calma tu temperamento antes de que te caigas a la tierra de sentón –dijo Erythrina con tranquilidad y un resquicio de broma en la voz… o al menos el intento. Estaba demasiado nerviosa como para bromear en serio.

Cercis bufó y escondió todo su rostro entre sus rodillas y sus brazos.

–Como si me fuera a caer por tan poca cosa –masculló desde su posición. Aunque calmando, de cualquier modo, su furia sin sentido y suplantándola por el arrepentimiento. Le había gritado a alguien prácticamente desconocido cosas que nada tenían que ver con ella, eran sus problemas, no había razones ni excusas para comportarse de tal modo.

Cuando la furia del ángel negro se calmó el cielo volvió a la normalidad, las negras nubes desaparecieron tan rápido como hicieron acto de presencia, aunque la preocupación en los corazones de los otros ángeles que habían visto el tenebroso espectáculo no se desvaneció. Hacía tiempo que las cosas no marchaban del todo bien en el Paraíso, nadie estaba seguro de que o por qué exactamente, pero era una sensación que los embargaba a todos los seres vivientes allí, todo se había complicado con la misteriosa desaparición del arcángel Avvir, y por si eso fuera poco, últimamente la cantidad de ángeles que caían del Paraíso por el peso de la maldad había aumentado.

Las cosas no se veían bien, pero nadie se atrevía a decir ni una palabra.

–Lo siento… no debí descargarme contigo, nada es tu culpa –habló ya tranquilo el pequeño de cabello negro, aunque aún escondía su rostro.

–Descuida, yo también fui descuidada con mis palabras…

–No mientas –interrumpió levantando la cabeza y mirándola con el arrepentimiento escrito en cada rincón de su rostro–. No dijiste nada que no debieras, no debí reaccionar así, eso es todo.

–Como quieras –la chica se incorporó del sitió donde estuvo sentada desde que llegó y estiró sus brazos, piernas y alas, acalambrada por haber mantenido la misma posición todo el tiempo.

Con delicadeza recogió la flor marchita que Cercis había arrojado antes y el chico no pudo menos que sentirse horrible, no solo había perdido los estribos ridículamente sino que además había intencionalmente arrancado y quitado la vida a una hermosa flor. Él ya estaba lo suficientemente resignado a lo que inevitablemente causaba en la naturaleza su tacto y a veces su sola presencia como para sentirse demasiado culpable, pero lo de hacía un rato era algo totalmente diferente. Ningún ángel podía cometer un acto así sin sentirse terriblemente mal.

–Pero sabes, pese a tus reclamos no creo que seas un monstruo –él le dirigió una mirada furibunda a lo que ella levantó ambas manos para defenderse–. Mira, no voy a negar que eres más extraño que muchos ángeles que haya conocido pero vamos, eso no te convierte en un monstruo.

–¿Y tú que sabes? Ni siquiera me conoces.

–Tal vez no, pero creo que tu y yo sabemos que los monstruos no tienen cabida en este sitio –respondió con una sonrisa amigable–. Además, tu cabello no es feo, te queda bien. Apuesto que ni siquiera tus alas son tan terribles como dices.

–No hables de lo que no sabes –contestó con secamente, aunque en el fondo sentía un enorme alivio y creciente felicidad. En todos los años que había vivido solo una persona lo había tratado con tanta familiaridad y sin sentirse incómodo por su presencia.

Siguió con la mirada a Erythrinn que se sentaba nuevamente sin dejar tanta distancia entre ellos para así poder conversar mejor. Observó como acomodaba sus alas hacia atrás, al igual que su largo cabello rubio casi blanco que caía en suaves y delicadas ondas por su espalda.

“Ella si es un auténtico ángel” fue el triste pensamiento que cruzó su mente.

En el Paraíso el color más oscuro que se podía ver era el castaño claro y, aún así, eran pocos los que ostentaban tal coloración. Tal vez en el mundo humano tener el cabello negro fuese incluso algo deseado pero allí, tener el cabello de ese color solo era indicio de algo malo. Solo un ángel lo había poseído una vez antes de Cercis y el niño no podía evitar estremecerse y llenarse de temor al pensar en ese ser. Él no era tonto, sabía que la mayor parte del rechazo de su gente se debía al mismo temor que lo embargaba a él, que el fuera…

–Tu no eres como él –afirmó repentinamente la muchacha que lo había estado observando todo el tiempo.

–¿Eh?

–He escuchado lo que se dice sobre ti, pero es sencillamente ridículo; porque es eso lo que te preocupa tanto, ¿no es así? La similitud física que tienes con ese… traidor –casi escupió la última palabra. Erythrinn acercó su rostro de expresión desafiante a un sorprendido Cercis–. Es el ser humano el que tropieza dos veces con la misma piedra, no nuestro Señor, más te vale recordarlo. Tú no eres como él –repitió.

No del todo convencido el ángel de ojos rojizos llevó sus rodillas hacia su pecho y las envolvió con un brazo mientras que con su mano libre jugueteaba con los mechones negros que caían descuidadamente sobre los ojos, observándolos con desprecio, como si desease que desapareciesen.

–Aún no lo crees –afirmó sin demasiada delicadeza la chica ángel.

Cercis suspiró y volvió sus ojos al agua tranquila.

–No es eso, es solo que no lo comprendo –confesó, completamente serio–. ¿Qué sentido tiene que mi cabello y ojos sean así? A veces me pregunto si nuestro padre me tiene algo reservado o si es solo una mala broma… ¿por qué sino soy así? Podría tener cualquier apariencia, pero en cambio luzco exactamente como se describe a Lucifer, el primer ángel en caer en desgracia…

Se calló inmediatamente al sentirse elevado por un poderoso agarre en sus ropas a la altura del cuello. Aún se sorprendió más al encontrarse con un par de furiosos ojos color verde, un escalofrío le recorrió la columna. En ese momento, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, se sintió invadido por una opresiva sensación en todo el cuerpo, algo que hasta entonces no había sentido, no al menos con tal magnitud: miedo.

–Nunca vuelvas a mencionar frente a mí el nombre de ese ser despreciable, ¡nunca! –dijo entre dientes Erythrinn con la voz cargada de odio. El niño apenas si logró asentir ya que el increíblemente fuerte agarre de la chica apenas le permitía el movimiento, además de que a su paralizado cerebro le era case imposible coordinar cualquier orden.

Lo siguiente que supo fue que ella le liberó de la doble presa que sus ojos y su mano ejercían y que cayó sin ninguna elegancia en el mismo lugar en donde antes estuviera sentado. No fue sino hasta que la voz de ella se volvió a escuchar, esta vez serena y con un tinte de arrepentimiento, que se dio cuenta de que estaba temblando ligeramente.

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La verdad es que no era esto lo que planeaba subir, pero en vista de que dejé aquello que escribí en otra computadora y que no hay modo de que por ahora lo recupere, decidí subir esto, escrito recientemente.


Y tampoco sabría decirles que es. Ultimamente más que nunca he estado atrapada con el tema de los ángeles y los demonios (me encantan, que le voy a hacer, xD) y decidí que tenía que sacarme las ganas de escribir algo con ellos. Sin embargo, lo que empezó con la idea de un sencillo relato (más o menos corto) con este adorable ángel de cabello negro como prota, acaba de mutar en mi mente a algo más elaborado (y seguramente más consistente).


Me gusta el tema y más allá de las creencias religiosas de cada uno, la historia de los ángeles es estupenda.


Hace algún tiempo leí un manga con estos seres como protagonistas llamado Angel Sanctuary, que la verdad da una visión bastante innovadora del Cielo y sus etéreos habitantes (aunque seguramente muchos dirían "una visión heretica" donde el cielo es más bien un caos de corrupción, pero de los buenos :3).
Personalmente lo recomiendo a todos aquellos que no sean sensibles a ese tema ni al incesto, xD.


Y bueno, como que me fui de tema.


Proximamente veremos que sale de esta idea. Tal vez deje otro retazo por aquí. Así que hasta el siguiente encuentro!


Oh! Por cierto, el título de la entrada es un poco raro, verdad? Si buscan el nombre del prota (Cercis) en google, les va a salir información sobre cierto árbol llamado coloquialmente "Árbol del amor", aunque también se lo llama "Árbol de Judas" ya que hay historias que cuentan que de uno de esos árboles fue donde se ahorcó Judas Iscariote, el que vendió a Jesus (creo que según la Biblia fue de una higuera, xD).
En fin, un bonito nombre para un ángel, no? x3


Mata ne!