9.09.2009

Eso... el comentario

Eso, a veces tan negativo que nos llena de frustración, a veces tan efusivo que nos azora y sube a una nube inalcanzable. Dos simples líneas que, sea cual sea el caso, te elevan triunfante. Porque en una has ganado un aliado y en la otra has robado el valioso tiempo de un miserable.

Yeziel M.

.-.-.-.-.
Hoy no vengo con ninguna historia, cuento, fragmento o cualquier cosa que quiera comentar o criticar... creo. Principalmente quería avisar que, de algún modo, toqueteando aquí y allá (xD), arreglé (o configuré correctamente) el asunto de los comentarios que, como ElNegro me hizo notar, no funcionaban.
No es que esperé un aluvión de ellos (no me atrevería a soñar tanto, xD) pero, de vez en cuando, es reconfortante recibir una respuesta, especialmente cuando se pone empeño en lo que se hace. n_n

¡Así que ya saben! Cualquiera puede comentar, mientras lo haga con educación, así como se supone somos los seres civilizados :3

La imagen tan bonita es una que saqué del infinito mundo cibernético. Tengo otra similar pero aún más bonita que me inspira a escribir algo. Aún no se qué, pero merece trato especial. Así que espero próximamente traer otro texto de mi autoría. 


Mata ne!

9.03.2009

Con la Inocencia de un Niño


La Llave


El sonido de unos pasos cortos y rápidos, como si el dueño de esos pies estuviera siendo perseguido por el mismísimo diablo en persona, se perdía en medio del usual bullicio de una ciudad en plena actividad. Pronto se detuvieron e inmediatamente resonó en el aire el tintineo agudo de unas campanillas.

El dueño de aquellos pasos, un niño que no contaría más de siete años, observaba con gran concentración las muestras de llaves que se exhibían colgadas en la pared del establecimiento al que había ingresado. Buscaba algo, pero a pesar de la infinita cantidad de llaves que sus jóvenes ojos veían, ninguna era la que a su parecer necesitaba.

-Buenos días pequeño, ¿te ha enviado tu padre a hacer una copia? –preguntó con amabilidad el dueño de la tienda, un hombre entrado en años, de sonrisa amistosa y mirada clara que agradó de inmediato al niño.

-¿Una copia? –repitió a modo de pregunta.

-Así es, aquí yo hago réplicas de cualquier llave.

El infante negó entonces con la cabeza.

-No, yo no quiero una copia. Yo estoy buscando una llave muy especial, una llave casi mágica, ¿sabe usted? –explicó emocionado ante la sorprendida mirada del mayor-. Aunque no sé cómo se ve ni dónde puedo encontrarla yo la sigo buscando. Desde ayer que la busco, en serio, pero la muy traviesa nunca está en el lugar donde voy –hizo un mohín de enfado que no le duró más de tres segundos ya que inmediatamente fue suplantado por otra feliz sonrisa-. Pero no importa, porque es una llave muy especial así que no puede estar en cualquier parte, o eso creo. Creí que podría estar acá donde hay tantas llaves (porque es especial y capaz se sentía sola), pero parece que tampoco está. Ahora sí que ya no sé donde ir a buscarla… -finalizó con algo de tristeza al no saber qué lugar podría ser el siguiente sitio potencial donde indagar por su llave.

Ante la explicación del infante el hombre no pudo dejar de notar que, en efecto, las ropas que vestía así como todo su ser estaba cubierto de tierra y suciedad. ¿De verdad habría estado desde el día anterior en busca de una llave que seguramente no sería más que el producto de la hiper-desarrollada imaginación del niño? De ser así sus padres debían estar histéricos por la preocupación. Sin embargo, al fijar su mirada en el chico, en sus ojos inocentes llenos de esperanza, ilusión y energía tan típicas y únicas de esa hermosa edad, no fue capaz de hacer lo que su conciencia consideraba correcto y llamar a la policía para que llevaran al pequeño a su casa, con su familia.

El amable hombre esbozó una sonrisa y se quitó el delantal que utilizaba para trabajar al mismo tiempo que dejó su lugar detrás del mostrador y se dirigió hacia su singular visita.

-¿Cómo te llamas pequeño? –preguntó agachándose para quedar a la misma altura que el otro-. Mi nombre es Ernesto.

-Me llamo Nate, señor Ernesto, mucho gusto –respondió educadamente-. ¿Sabe? Mi madre me enseñó a decir mucho gusto cuando se conoce a alguien bueno, y usted es un abuelito muy bueno, ¿verdad que si?

-El gusto es mío Nate –respondió con una leve risa el dueño de la cerrajería-. Sabes pequeño, creo que yo podría darte una pista de donde ir a buscar tu llave…

-¿En serio señor Ernesto?

-Por supuesto, tengo un viejo amigo que tiene cientos de objetos especiales, tal vez el tenga tu llave. Yo te digo donde encontrarlo y a cambio me prometes que luego de verlo volverás a tu casa, tu mamá ha de estar preocupada, ¿no crees?

-Ha de estarlo, pero mi mamá sabe que estoy en una misión ultra importante –dijo con increíble seriedad el niño-. Pero se lo prometo señor Ernesto.

-Es un trato entonces –rió con ganas el cerrajero mientras se acercaba al oído del niño y le confiaba el dato con cierta picardía.

Sin esperar un segundo más Nate se despidió del amable Ernesto y salió corriendo rumbo a un nuevo destino. Mientras volvía a correr por las calles de la ciudad no pudo evitar preguntarse el por qué de la extraña sonrisa en el hombre, si lo pensaba esa sonrisa le recordaba mucho a algo que él conocía… sí, le recordaba a la sonrisa que ponía él mismo y sus amigos cuando estaban a punto de hacer una travesura. Pero eso se suponía que era algo que solo los niños hacían, ¿no? Entonces por qué pondría un hombre adulto esa cara. No lo entendía del todo. Definitivamente necesito encontrar esa llave, fue el pensamiento del pequeño antes de entrar al lugar indicado.

El tan mentado sitio era nada más y nada menos que una tienda de antigüedades que a ojos del niño era un exótico paraíso lleno de maravillas, historias y las más increíbles aventuras. Toda la energía que lo había traído volando hasta allí se esfumó cuando atravesó el umbral a ese mundo que, en ese instante, le parecía uno completamente diferente.

Con lentitud inusitada en un chico de su edad, Nate recorrió los innumerables pasillos que se extendían como una red en todas direcciones, cada uno colmado a cada lado de tesoros, sueños, anhelos, intrigas y un sinfín de memorias. Porque el niño había dejado de estar en una simple tienda llena de los más variopintos objetos, ahora estaba en su propio mundo donde escuchaba atentamente las intrigas que le susurraba al oído aquel jarrón Persa en aquella oscura esquina , o tal vez aquel opaco (pero no menos hermoso) collar de oro detrás de una vitrina. Era mágico, tanto que el visitante no tenía palabras para describirlo.

-Buen día muchachito, ¿qué se te ofrece? –preguntó afablemente una voz masculina que provenía de la espalda del chico que se dio vuelta para encarar con una sonrisa al dueño de ese mundo de sorpresas, sin embargo, lo único que salió de su boca fue una exclamación de sorpresa…

-¡Señor Ernesto! ¿Qué hace aquí?

El hombre simplemente elevó una ceja y se sonrió divertido. Con su cabello cano, sus ojos verdes levemente ocultos tras unas gafas y su perenne sonrisa no había dudas para el niño de que ese hombre era el mismo que le había atendido en la cerrajería. ¿Pero entonces para que le había dicho que era un viejo conocido? ¿Y como había llegado tan rápido cuando el niño había corrido a toda velocidad para llegar al anticuario?

-Me temo que me confundes con alguien más muchachito –comentó divertido el supuesto Ernesto ante la mirada inquisidora de Nate-. Al parecer a ese viejo zorro no se le quita la manía de sorprender a la gente –continuó con un falso tono de reproche, se notaba que se él también se estaba divirtiendo a lo grande-. Mi nombre no es Ernesto, yo soy Miguel, su hermano menor, aunque ese dato importa poco cuando se es gemelo… -dijo distraído y se rascó la nariz-. En fin, dime pequeño, ¿Qué puedo hacer por ti?

Ante la pregunta Nate salió del ensimismamiento mezclado con estupor en el que el peculiar encuentro lo había sumido. Así que el señor Ernesto y el señor Miguel eran gemelos. Por alguna razón se sorprendió mucho con el descubrimiento, nunca había pensado que los gemelos también fueran adultos, como nunca había visto ninguno… aunque también se alegró mucho y en consecuencia sonrió ampliamente, ¡de verdad que eran unos señores geniales!

Sin embargo, era hora de ponerse serios. Él tenía una misión y debía cumplirla.

-Mire señor Miguel, vine porque estoy buscando una llave especial, así como mágica, ya sabe… y bueno su hermano me dijo que él no tenía ninguna llave así como la que yo busco, pero me dijo también que usted podría tenerla ya que tiene muchas cosas especiales. ¡Y cuánta razón tenía! ¡Aquí hay muchos tesoros increíbles señor! ¡Parece el botín de un pirata! ¿No será usted pirata por casualidad, verdad? –preguntó con inocente ilusión el pequeño, a lo que el hombre se rió, encantado con la ocurrencia.

-Lamentablemente no soy un pirata, aunque si me permites te diré que soy un mago.

Nate abrió desorbitadamente los ojos, mudo por la sorpresa y la impresión.

-¿De verdad? ¿De verdad de la buena? –el hombre sonrió complacido y asintió.

-Pero sabes, no soy un mago de los que sacan conejos de su galera o desaparecen del interior de un cajón cerrado. Soy un mago mucho más sencillo, podría decirse –informó-. ¿Quieres saber cómo hago mi magia?

Muerto de curiosidad cual gato ante lo desconocido, asintió con vehemencia al punto que parecía que iba a arrancarse el cuello.

-Muy bien, sígueme entonces y haz todo lo que te pida, ¿de acuerdo? –pidió Miguel con su radiante sonrisa iluminándole el rostro que de pronto parecía mucho más joven, eterno y misterioso. Maravillado, Nate lo siguió.

-Mira con mucha atención cada objeto que te señale y escucha… solo escucha… –indicó con voz hipnótica y dirigió una mano apuntando al mismo collar de oro que el niño ya hubiera observado con anterioridad y que, ahora que le dedicaba más atención, vio que estaba adornado por una gran y brillante piedra roja justo en medio y a su vez esa era rodeada por otras más pequeñas de color verde jade y azul-. Ese amuleto perteneció a una reina, una hermosa mujer de negros cabellos como las noches de su país y piel bronceada como las arenas Egipto, el reino que la vio nacer y convertirse en emperatriz. Pero ella no solo poseía belleza y encanto, no, también alimentaba dentro de sí un poder místico, un poder como el de sus Dioses, que le permitía conquistar tanto la gloria como los corazones de sus súbditos… Ahora cierra tus ojos Nate, y dibuja en tu mente aquel bello país. No necesitas conocerlo, ni siquiera haberlo visto, abre tus oídos y tu mente y escucha la historia que este poderoso amuleto ansia dar a conocer, los secretos que solo pueden ser susurrados en el silencio…

El niño inmediatamente obedeció, aunque ni falta que le hacía la indicación de abrir sus sentidos ya que, desde que las primeras palabras fueron pronunciadas, se sintió irremediablemente presa de un hechizo. Haciendo caso escuchó. Primero solo reconoció la voz suave, soñadora y uniforme de Miguel, quien seguía relatándole y dibujando con sus palabras un mundo antes desconocido. Luego, sin embargo, escuchó algo más. Un leve susurro, silbante y errático que pronto supo reconocer: era el sonido del viento. Pero no era el único sonido, pronto otros sonidos hicieron acto de presencia, voces, risas, ruido de carretas, el relincho de algún animal, bullicio, un llanto.

Con más curiosidad que nunca, el niño se concentró con mayor fuerza, ansiando que todos sus sentidos pudieran captar la escena que se le dibujaba tan maravillosa en la mente. Y así fue, repentinamente una gigantesca playa sin orillas apareció frente a sus ojos, infinita e imponente. Junto con la “playa” los otros sonidos tomaron forma así como los cientos e incluso miles de hilos en un telar adoptan aquella forma que estaban destinados a ser por la mano del artista, de la misma manera que una pequeña araña podía crear con lo que llevaba dentro de ella una hermosísima obra, firme e inigualable.

Del mismo modo, las palabras del hombre eran sus hilos al igual que la voz silenciosa del amuleto, mientras que su mente era el telar y el artista. Él escuchaba y veía, de pronto una casita y luego un Palacio, un niño jugando con sus amiguitos (y hasta quiso unirse al juego), y luego a la amada reina con la joya colgada en el cuello. Y cuando quiso acordar estaba frente a un nuevo objeto y un nuevo paisaje, lleno de olas embravecidas cuales corceles desbocados en cuyo centro un insignificante bote libraba una cruenta batalla en la cual si vencía sería digno de alzarse con orgullo sobre la pulida superficie del oscuro mar.

Los paisajes y las situaciones cambiaban constantemente bajo la experta guía de la voz de Miguel y el complemento de las cientos de voces silenciosas que clamaban por ser escuchadas, creando un entramado perfecto, lleno de diferentes colores y olores, todo lleno de armonía pese al aparente caos.

Tan perdido estaba en el ensueño que no se dio cuenta del momento en que la voz del hombre dejó de oírse y el paseo de ambos se detuvo. No se dio cuenta porque las otras voces aún le mostraban sus secretos y porque mientras quisiera podía ver aquellos mundos que se creaban y deshacían en una danza interminable frente a sus maravillados ojos.

Miguel sonrió con sincera alegría al ver el rostro soñador del pequeño quien tan perdido estaba en la magia que ni cuenta se dio de que hacía varios minutos que estaban en silencio. Finalmente Nate abrió los ojos a la realidad de siempre, mas no se sintió triste de volver ya que sabía que todos esos preciosos lugares seguían estando a su alcance y que solo tenía que escuchar y abrir su mente para ingresar a ellos. ¿Qué cómo lo sabía? Ni él lo sabía, valga la redundancia de la frase.

Sin embargo, pronto cayó en la cuenta, no sin sorpresa, de que había encontrado aquello que tanto buscara.

-¿Qué tal te ha parecido mi magia, pequeño? –inquirió con divertida tranquilidad el hombre.

-Yo… no tengo palabras para describirla señor –dijo, un poco decepcionado consigo mismo al verse incapaz de dar una buena respuesta-. Es simplemente mágica, mucho más mágica que toda esa cosa de sacar flores de las mangas.

Miguel sonrió complacido y, por qué no admitirlo, alagado por las sencillas pero sinceras palabras del pequeño.

-Disculpe pero… ¿Usted sabía desde el principio cual llave buscaba? Porque la tiene usted, ¿no es así? –preguntó el infante-. La llave tan especial que yo busco es una que mi madre me dijo puede abrir la mente y el corazón de cualquier persona; y cuando usted hacía su magia yo lo sentí –afirmó, llevándose inconscientemente una mano al corazón.

-Puede decirse que sí tengo esa llave –ante esto la mirada de Nate se iluminó con ilusión-, pero no es nada como lo que te imaginas. Déjame enseñártela –dijo al ver la confusión en el rostro infantil.

El dueño de la tienda se dirigió hacia la parte trasera de la dependencia y, un minuto después, volvió con tres objetos muy diferentes en las manos. Los depositó sobre el mostrador y llamó al niño el cual no dudó en acercarse a curiosear, aunque lo que vio sin duda no era nada de lo que esperaba, es decir, allí no había nada ni remotamente parecido a una llave. Su rostro redondeado dibujo una leve expresión de decepción.

-Dime pequeño, ¿sabes por qué las llaves son llaves? –al ver en la mirada del niño que éste no entendía nada, reformuló su pregunta-. ¿Sabes cuál es esa función especial que hace que las llaves sean llaves?

-Bueno… pues… no sé, las llaves sirven para abrir cosas, ¿no? –respondió al cabo de un momento, dudoso.

La sonrisa afable del dependiente le confirmó que esa era la respuesta que esperaba recibir.

-Así es, así que un objeto, siempre y cuando sirva para abrir algo, es una llave aún cuando no se parezca a una.

-¿Lo es? –preguntó sorprendido el chico. Nunca lo había pensado.

-¡Por supuesto amiguito! –exclamó alegremente-. Y esta es la llave que tú buscas, es toda tuya.

Señaló los tres objetos y Nate no terminaba de decidirse cuál de ellos le parecía el más extraño, si el libro de tapas azules que decía “Palabras” en la tapa, el frasquito de forma redonda, también azul, que tenía la palabra “Creatividad” escrita, o el otro frasquito alargado como un cilindro, de color rojo, que rezaba “Emotividad” al igual que los otros objetos.

El chico frunció el ceño, más confundido en ese momento de lo que había estado en toda su corta vida.

-Pero señor Miguel, ¿cómo puede ser esto una llave? No entiendo…

El aludido amplió su sonrisa, tornándola comprensiva.

-Escucha pequeño, cada cosa que está bloqueada tiene su propia llave, pero a veces ni siquiera podemos verla, generalmente las cosas importantes son las que tienen las llaves más difíciles de descifrar –explicó pacientemente a lo que el niño escuchaba con máxima atención, pese a que no entendía la totalidad de la explicación, la esencia se le quedó grabada en su mente infantil, tan susceptible a las influencias externas-. Mi magia, como te dije, es realmente muy simple, es la magia de las palabras que, usadas adecuadamente, se convierten en una llave que puede abrir hasta la mente más bloqueada o el corazón más abandonado. Por eso –y le entregó el libro- esta es realmente tu llave especial.

Nate sin pizca de vergüenza recibió el grueso volumen entre sus pequeñas manos y no pudo menos que sentirse cohibido. ¿Cómo se suponía que se usaba eso? ¿Debería aprendérselo o qué? ¡Sin dudas era una llave un poco complicada de utilizar!

-¡Vamos, no pongas esa cara! Que el libro no muerde –el pequeño le dirigió una mirada que le decía que no estaba muy seguro de esa afirmación.

-Si esta es la llave, ¿para qué son esos frasquitos? –preguntó con curiosidad los recipientes a los cuales no les veía razón de ser.

Entonces Miguel se quitó los lentes, sacó un paño de un bolsillo y comenzó a limpiarlos lentamente, como haciendo tiempo antes de contestar. Estaba en eso cuando al fin habló, con verdadera seriedad y un dejo de tristeza en la voz:

-Las palabras, utilizadas correctamente, serán tu llave a las mentes y los corazones. Así como yo lo hice contigo. Esa es la magia. Ahora, que aún eres un niño, lo que más te hace falta es a esas palabras que no tienes –comenzó a explicar-. Pero no es lo único que necesitas, hay otras dos cosas que son igual de importantes y eso es la creatividad o imaginación y la capacidad de emocionarte y transmitir esos sentimientos… emocionarte del más pequeño e insignificante grano de arena por el simple hecho de que exista y tú puedas contemplarlo. –Miguel le dirigió una mirada llena de aprecio-. Como niño que eres posees una imaginación y emotividad más grande que cualquier persona.

-No creo haber entendido todo pero… si ya tengo eso que dice, ¿para qué quiero los frasquitos? –preguntó al cabo de un rato.

Ahí, la sonrisa triste del dueño se amplió, como si estuviera viendo un hecho digno de lamentarse con toda la fuerza de su alma.

-Para cuando crezcas, pequeño –afirmó con el mismo desgarrador sentimiento-. No hace falta que lo comprendas ahora.

En efecto, Nate no lo comprendió. Aún así, y pese a no saber el por qué, el infante tomó los frasquitos con mucho cuidado y los observó con reverencia antes de guardarlos con el mismo cuidado en el bolsillo más seguro de su mochila. Luego se abrazó al enorme tomo azul y dirigió una mirada de auténtico y verdadero agradecimiento al hombre que le había enseñado tantas cosas importantes, muchas de las cuales aún no comprendía pero que, sin dudas, comprendería en el futuro.

-Se lo agradezco mucho señor Miguel –habló el pequeño, haciendo gala de sus modales e incluso realizó una pequeña reverencia que hizo reír al dueño del anticuario.

-No hay nada que agradecer, pequeño –aseguró-. Aunque si quieres hacerme un favor, asegúrate de ser un gran mago y así extender la magia que viviste aquí, hazlo pequeño.

-¡Por supuesto! ¡Y seré el mejor mago de todos los tiempos! –exclamó con emoción-. Ahora tengo que cumplir la promesa al señor Ernesto y volver a mi casa, pero vendré de visita, estará aquí, ¿verdad que si lo estará?

-Seguro, sin duda nos veremos otra vez Nate y hasta podrías contarme una historia –volvió a asegurar para felicidad del chiquillo.

Contento y satisfecho cual explorador al encontrar un tesoro valiosísimo, el pequeño Nate salió de la tienda, caminando con gran tranquilidad y aún abrazando el libro con fuerza. Había caminado unos cuantos metros cuando sintió unas irrefrenables ganas de mirar hacia atrás, hacia el lugar del cual acababa de salir. Sin embargo, cuando lo hizo, no encontró tienda alguna, solo una vieja casa abandonada. Se extrañó un poco pero al final solo se encogió de hombros, restándole importancia. Si el señor Miguel dijo que se verían otra vez es porque se volverían a encontrar, ¿así que por qué debería sorprenderse de que al irse se llevara su casa? Era un mago al fin y al cabo.

Volvió a encaminarse a su casa cuando otro pensamiento cruzó su mente, despierta e hiperactiva con tanto descubrimiento, ¿cómo fue que el señor Miguel supo su nombre si él no tuvo en ningún momento la oportunidad de mencionárselo? Lo pensó un segundo pero inmediatamente se dijo que también daba igual y sonrió. Si, era magia después de todo.


The End

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Pequeño cuento que escribí hace ya un par de semanas.

Muchas veces pienso que me gustaría tener una llave tan genial. Tengo una. Bonita y brillante. Pero es pequeña y no entra en todas las cerraduras. No le gusta ser pequeña así que devora las palabras del libro de tapas azules para crecer. Ansia ser usada y desea secretamente nunca ser olvidada.


Porque dicen por ahí que al beber del frasquito azul y del frasquito rojo se recuperá el brillo de las estrellas pero luego viene una criatura de ensueño y te golpea con su mazo de la culpa.


Dicen que duele bien adentro.



Mata ne!


P.D: Por si se lo preguntaron, el dibujo es mío ^^. Yo soy Yeziel M. (Nombre ya cambiado. Aunque los que me conocen por cierto nombre pueden seguir llamándome así)